Las estrellas habitan en su pelo
de noche ensortijado.
Los pájaros le llenan la boca
y canta cuando me habla.
En sus manos se mecen dos pirules
con mariposas blancas
que siempre bailan, como ella.
Sus ojos dos nubes viajeras
se alejan despacio de la azotea
que hoy funge de casa.
Dibujo un aura que inunda igual
que su prematura sonrisa.
Nunca precoz fue el deseo de
su llegada.
Yo la esperaba
tranquila y feliz, en la esquina
de una tarde de abril a mayo
y llegó en un marzo al que encharcó
de gozo.
Se acerca, y el día comienza,
y yo, sólo atino a contemplarla.
Ella…¡es mi hija!