Siempre estuvieron ahí,
custodiando calendarios.
Dos ángeles despeinados,
de verdes descendencias
y enfundadas en botas amarillas.
Siempre estuvieron ahí,
aún y cuando yo
me paraba de puntitas
para regarlas,
ya fuera de amor o agua.
Silentes y vivísimas compañeras
de sal y espuma.
Nunca entendí por qué mamá,
seleccionaste para ellas
como casa la cocina.
Cuando las miro,
mientras las lleno de resfrío,
inevitablemente
pienso en ti y en mí.
Y se vienen encima
Aturdidos los relojes
y puedo escuchar
a los frijoles negros llamándome,
y puedo, si quiero
salpicarme con tu encacahuatado
y de camote con naranja.
Extrañas tradiciones
nos acomodamos como traje.
Hoy, tus dos macetas de helechos,
continúan en la cocina
y tu con ellas.
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